Después de comer en la universidad con Jolie y
Tatiana, regresé al piso con la única meta de dormir todo lo que me quedaba de
día. Estaba cansadísima. No solo por la agotadora clase (que se repetía sin
parar en mi cabeza) si no por el jodido trabajo. Toda la tarde investigando y
apenas rellenamos un folio. No sabíamos bien cómo enfocar el trabajo, a pesar
de que era individual, entre todas intentamos hacerlo.
Finalmente acabemos enviándole un correo a la
profesora para que especificara más algunos puntos del esquema que no
entendíamos.
Una vez en el piso Paula me volvió loca con sus
nuevas aventuras universitarias. Al parecer, hoy había cambiado de edificio y
estaba emocionada por lo grande que eran las clases.
Tras una cena rápida decidí ducharme para poder ir a
la cama. Encendí el móvil y puse la música a todo lo que daba mientras me
duchaba, pensando en todo lo que me había sucedido hoy.
Decidí no contárselo a nadie, probablemente era lo
mejor, ya que Adair era mi profesor… bueno, no era exactamente mi profesor,
pero definitivamente era un problema.
Antes de acostarme, entré en conflicto conmigo
misma. Sabía que no podía fiarme de alguien que acababa de conocer. Pero por
otra parte era una especie de profesor ¿eso hace que pueda fiarme más de él? No
tenía ni idea.
Todos esos pensamientos sobraban en mi cabeza, ya
que no iba a involucrarme más con él ni de lejos. Simplemente seriamos vecinos
y compañeros de prácticas y ya…El problema era que mi cuerpo no pensaba así.
Pasó la semana entre viajes al super, a la
universidad y encontronazos en la escalera, que por suerte –o por desgracia- no
pasaban de un “Hola” y poco más.
El domingo por la noche lo encontré en el portal,
justo cuando iba a tirar la basura.
Su aspecto siempre me llamaba la atención, si se
veía bien con un chándal, no me quería imaginar cómo sería con un traje.
Saludé al pasar por su lado. No tenía que ir muy
lejos, pues el cubón de la basura estaba en la acera de enfrente. Contestó con
indiferencia y me observó todo el camino de ida y vuelta. Eso me ponía
nerviosa, no estaba acostumbrada a que la gente me mirase tan fijamente.
¾ Eso,
— señalé el cigarro, — te va a matar.
Se encogió de hombros. Al pasar por su lado me
ofreció. Yo no solía fumar, pero mentiría si dijera que no me gustaba.
Contradiciendo mis palabras acepté su oferta y le di una calada.
— No
sabía que fumabas.
— No
fumo, —me encogí de hombros. —Solo muy de vez en cuando.
— ¿Y
has decidido fumar porque te lo he ofrecido yo?
Volví a encogerme de
hombros. —Me apetecía, y tú me has ofrecido. “A caballo regalado no le mires el
diente” —. Sonrió de medio lado.
—¿ Cómo llevas las
clases? —, preguntó dándole la ultima calada al cigarro.
—Bien, supongo. Acaban
de empezar. Y tu…, ¿trabajas?
—Sí, tengo una pequeña
consulta montada. — Eso me sorprendió. No sé porque, pero para mí, solo
trabajaba en la universidad, que absurdo.
Se dirigió hacia la puerta principal de edificio y
entró sin decir nada. Era un hombre extraño.
Suspire pesadamente y me di la vuelta para entrar
dentro. Ya arriba, me encontré una nota pegada en la puerta. Miré a ambos
lados, pero el pasillo estaba vacío.
Abrí la nota: Acuérdate
de depílate esas bonitas piernas, Leona. El miércoles tengo que tocarte.
Mis mejillas se tiñeron de color. Ya estaba
acostumbrándome a su presencia por el edificio y al hecho de que fuera mi
vecino. Pero tenía que lidiar con él en clase y eso era muy diferente.
No me pasó desapercibido el morbo que daba saber que
era mi profesor y que me tenía que tocar… que no estaba sola en este juego de
deseo. Me estaba convirtiendo en una pequeña pervertida.
Si lo lunes son malos, añádele encima un trabajo
para el martes. Llevaba en la universidad todo el día. En la biblioteca ya no
quedaba nadie. Miré el reloj, las siete y cuarto y a mí me faltaba más de la
mitad. Y no estaba segura si lo demás estaba bien. Decidí hacer lo que cualquiera haría si estuviera
en mi situación.
—¡Vecina!
Cuanto tiempo. — No me sorprendió nada que Héctor me abriera la puerta en
calzones.
— ¿Está
tu hermano? Necesito que me ayude con una cosa de la universidad, —dije tímida.
— Claro
pasa.
Entré en el piso que
era exactamente igual que el mío en distribución. Por lo demás no se parecía
nada. Los muebles, el suelo, el color de las paredes…, todo era distinto. Más moderno,
más bonito.
Seguí por el pasillo a
Héctor hasta que se detuvo enfrente de una puerta y la abrió de golpe.
—Adair, Gabri ha venido
a verte. — Mi boca tocaba el suelo y mi vergüenza sobrepasaba los límites en
muchos sentidos. Acababa de ver a un semidios. La perfección existía, y era un
hombre.
—¿Me pasas la toalla, o
esperamos a ver cuánto tarda en babear? — Se mofo un Adair recién salido de la
ducha. Cerré la boca. Pero me negué a darme la vuelta. Ese cuerpo debería estar
enmarcado. Yo pagaría por un cuadro como ese.
Riéndose de mi reacción
Héctor le paso la toalla para que pudiera taparse. Pequeñas gotas cubrían su
pecho, y lo que no era su pecho. No tenía nada que envidiarle a su hermano.
Absolutamente nada.
Comencé a balbucear
cosas sin sentido. Cada vez más nerviosa.
Héctor paso un bazo por
mi hombro, susurrándome, —Así ya sabes lo que te llevas. Y de nada, — me giñó un ojo.
Lo miré sin creer. Una
fuerte carcajada broto de Héctor, al cabo de unos segundos Adair y yo lo
seguimos. Esta situación era de lo más surrealista.
—Menuda cara has
puesto, — se mofaba Héctor. Lo mire mal, pegándole en el brazo.
—Es tu culpa. No puedes
abrirle la puerta a alguien que esta duchándose, —repliqué con falsa
indignación. Mentalmente le estaba dando las gracias.
—Creerme, la modestia
para Adair no es un problema.
Mire a Adair que se
acercaba a mi solo con la toalla puesta. Por un momento pensé en dar un paso
atrás. Pero antes matarme a moverme del sitio.
—Gracias hermanito, —dijo
mientras me empujaba por el pasillo.
Llegamos su cuarto.
Amablemente me ofreció su cama para sentarme. En cuanto cerró la puerta el
ambiente cambio. Éramos dos adultos con una atracción sexual muy fuerte
encerrados en un cuarto. Yo muy caliente, y él medio desnudo.
—¿Qué quieres? — su voz
sonaba de manera distinta. Sonaba como a placer. Por un instante me vi tentada
a decirle “a ti”, pero me controle. Tenía la boca seca y estaba muy nerviosa.
Abrí la boca para contestar pero se quito la toalla.
Dios mío, quería
tirarme sobre él y besarle el cuerpo. Quería saber que se sentía al tocarlo, si
sus abdominales eran tan firmes como parecían. Si era tan dura como se veía…
Nunca me cansaría de mirarlo, estaba segura.
—Tapate…, — dije muy a
mi pesar. Apena vi su sonrisa. Mis ojos estaban puestos en otra parte de su
cuerpo, demasiado larga y ancha para que yo pudiera albergarla.
El solo pensamiento de
intentarlo me puso muy caliente.
Se dio la vuelta
dejándome ver un culo bien prieto. Cogió unos pantalones de chándal del armario
y se los puso a pelo. La erección apenas se disimulaba.
—¿Qué quieres? — volvió
a preguntar sentándose a mi lado en la cama.
Miles de cosas pasaron
por mi cabeza. Desde que era mi profesor. Que ya no lo iba a ver con los mismos
ojos o incluso que me podría rechazar. Por que lo iba a besar estaba segura. Me
arrepentirá toda mi vida si perdía esa oportunidad.
Acaricie su mejilla,
mordiéndome el labio. Me acerqué lentamente. Adair me sujeto la cara con mucho
cuidado, casi con ternura, pero su beso no correspondía con sus actos. Me
estaba devorando. Sus labios eran fuertes y suaves. Sus besos diestros. Me
abrió los labios y saqueó mi boca. Respondí a él como si sus besos fueran lo
único que me alimentara y los necesitara para vivir.
Me subió encima de él,
abriendo mis piernas y encajándolas en sus caderas, moviéndolas para frotar
toda su longitud contra mi sexo.
Gemí ante el placer que
me azotaba. Tocado toda porción de piel que encontraba en mi camino. Intentado
grabar la sensación de su piel en mi tacto.
Soñaría con esto muchas
veces. No lo olvidaría en mucho tiempo.
Me quitó la chaqueta,
tirándola al suelo junto con mi mochila. Beso mi cuello como si le fuera la
vida en ello, proporcionándome más placer del que creía posible.
Abrí los ojos,
esforzándome por respirar normalmente. Le seguí con la cadera, haciendo
círculos.
El placer aumento,
sacándonos un jadeo que mutuamente compartimos.
Me sujeto por las
caderas mientras se frotaba en círculos, como si embistiera de verdad contra mi
sexo sin restricciones.
Me miro a los ojos,
instándome ahora, a moverme como él quería. Llevaba las riendas de la
situación. Sabía muy bien cómo manejarme.
Seguimos besándonos,
nuestros labios rojos. Miles de burbujas de placer estallaban en mi interior.
No podíamos estar más juntos.
Me quito la camiseta,
dejándome solo con el sujetador, mordisqueando la parte de arriba de mis
pechos.
Mi lengua saboreo la
delicada piel de su cuello. Había caído, no había vuelta atrás.
—Eres perfecta…—
susurro masajeando mis pechos. Yo agache la cabeza. No eran precisamente
grandes. Barrió con sus manos el trayecto hasta mi cara.
Puso su boca encima de
la mía.
—Eres perfecta, —
repitió encima de mis labios, mirándome a los ojos con tal intensidad que por
un momento me perdí en ellos, no quedándome duda de lo que el sentía.
—¡Gabrielaaa! — Paula
abrió la puerta. Me di la vuelta rápidamente e intente quitarme de encima pero
Adair me sujeto contra él. Lo mire apurada.
—¡Uy! Perdón, —dijo.
Escondí la cara en el cuello de Adair.
—Paulita, Paulita… voy
a tener que atarte a algo para que te estés quieta, — dijo Héctor sacándola del
cuarto y cerrando la puerta.
Yo mire a Adair. Estaba
guapísimo, con el pelo mojado y revuelto y los labios hinchados por los besos.
Pero esto estaba mal. Estaba muy mal a mucho niveles. No solo era mi profesor,
era prácticamente un desconocido.
Me levante corriendo y
me puse la camiseta.
—Espera un momento
Gabriela.
—No, — quería irme de
allí, tan rápido como pudiera.
—Gabriela, somos
adultos…
—Cállate… Hoy no, ahora
no. —Asintió con la cabeza mirándome a los ojos.
—Tenemos una
conversación pendiente, — fue lo último que dijo antes de que saliera de su
cuarto y me fuera a mi casa.
Hola¡¡ Espero que os haya gustadoo¡¡ Bss :) (L)
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