lunes, 30 de marzo de 2015

Capítulo 3. (Como esquivar al amor)

Yo pensaba que sabía lo que era un beso… estaba claro que no. Nunca me habían besado como lo hacía Damián, aplicando la fuerza, la suavidad, la pasión necesaria para hacer que toda yo se convirtiera en una hormona flotante.

Sus labios eran perfectos, sabían perfectos. Me costaría mucho olvidar como se sentían bajo los míos.

Cogió mi cabeza y la cambio de posición, dándole un acceso ilimitado a mi boca.
Me saqueo con la lengua, probo cada parte de mi boca, mordisqueo mi labio. Me hizo el amor en un beso delante de Enzo y Gema y yo no podía hacer otra cosa que responderle.

Alcé las manos al cuello para acercarlo más a mí. Le revolví el pelo desesperada por él, por su beso. Quería mas, lo quería todo.

Casi me muero cuando lo sentí gruñir en mis labios. Definitivamente era lo más erótico que había sentido en mi vida…

Suspire aparatosamente recordándolo. Hacía ya una semana del beso y Damián parecía echarme a culpa a mi cuando claramente lo había empezado él.

Estaba metida en la bañera, el agua cubriendo todo mi cuerpo. No conseguía quitármelo de la cabeza, y no era de extrañarse, mirase donde mirase ahí estaba.

Damián en el instituto, Damián en la comida, en la cena, en el cuarto de baño. Yo no era nada quisquillosa en cuanto a compartir baño, entendía perfectamente que al tener la casa dos baños, uno lo compartieran Tigao y mi madre y el otro yo y Damián. Pero hoy, deseaba poder quedarme aquí todo el día sin hacer nada. Desgraciadamente no podía.

Mire el reloj del móvil, en menos de veinte minutos Damián terminaba su entrenamiento y vendría corriendo a ducharse, hoy era la fiesta de bienvenida y nuestros padres sabían que íbamos a ir, eso sí, cada uno por su lado.

Salí del agua y me envolví en la toalla. Llegué al espejo del baño para poder verme, pero estaba empapado de vapor. Ojala yo pudiese de poner una cortina de vapor entre Damián y yo, ya que según Enzo, no sé esconder mis emociones y la gente sabe perfectamente como me siento. Si eso es verdad, Damián sabe que me gusta, y no creo que eso sea bueno.

Levanto mi mano al espejo y escribo en el “No me gustas”. Me quedo mirando mis palabras, intentando creérmelas pero Damián esta en todo. Y eso lo hace difícil.

Saco el secador apuntando al espejo y lo desempaño. Cuando ya me puedo ver me seco el pelo, me visto con la ropa que había elegido, un mono corto de color negro y tirantes. Oigo un golpe en la puerta, mi estomago se tensa.

—Ya salgo, — recojo las cosas y voy a mi cuarto. No pasan ni dos minutos hasta que escucho la puerta del baño cerrarse.

Todo esto sería más fácil si Damián hubiese querido hablar conmigo después del beso. Pero no quería nada. Simplemente no podía mirarme a la cara y eso duele más que nada.

Cuando paró de besarme me miro como su hubiese cometido el mayor de los pecados, me soltó como si quemara y se fue. No me dirige la palabra desde entonces, aunque eso no me preocupa, nuestra relación siempre ha sido así. Me preocupa lo que vi en sus ojos, enfado... u odio, no sé muy bien.

Termino de arreglarme, miro la hora y le mando un mensaje a Enzo y Franjo. Enseguida me dicen que ya están listos.

Me calzo unas botas con poco tacón y bajo a toda leche la escalera. Afuera ya me están esperando montados en un coche.

—Me encanta tu mono. Ojala yo cupiera en uno de esos—, dice Franjo.

—Estas buenísima cari. Estoy deseando emparentarte con alguien, — comenta Enzo. Me rio ante su comentario. No me interesa nadie. Bueno si me interesa, pero nuestra relación ahora mismo es una mierda.

Entramos a la discoteca dándolo todo. Bruno Mars resuena en mis oídos y me encanta. Nada más llegar nos cruzamos con dos chicas de clase. Se paran a saludar y hablamos un rato entre risas y cerveceo. Lo paso genial y eso que la noche acaba de empezar. Miro a mi alrededor, hay mucha gente que no conozco y el local esta a reventar. Al parecer ha venido gente de otros institutos e incluso de la universidad.

Bailo como una loca con Enzo y Franjo. En la pista de baile conozco a Eli y Marina, dos chicas de otra clase, pero de mi misma edad e instituto.  De vez en cuando salgo a fumar. No he visto a Damián en toda la noche lo cual me inquieta por que se supone que debe de estar aquí.

— ¿Te queda mucho?, pregunta Marina señalando mi cigarro.

—Lo acabo de empezar, vete dentro si quieres que ahora paso yo, — asiente y se va. No la culpo hace bastante frio fuera comparado con el calor de dentro y ninguna trae chaqueta.

Fumo perdida en mis pensamientos. Nadie sabe que me besé con Damián, o al menos eso creo, y es raro teniendo en cuenta que en el instituto se enteran de todo. Alguien se pode detrás mío y me pasa un brazo por lo hombros, intento apartarme pero me tiene sujeta. Lo miro, es el chico punky, el de clase.

— ¿Fumando sola? — su llegada y su intento de darme conversación me descolocan un poco.

—Sí.

—Bueno, —dice sacando un paquete de tabaco. — Ya no estás sola. — Se lo enciende. —Y… ¿De qué conoces a Damián?

Mi risa es nerviosa, no sé exactamente como contestar a eso.

—Esto… vivimos en la misma casa. —Al chico le cambia la cara. No sale de su asombro.

—No sabía que lo vuestro iba tan enserio, — espera ¿Qué?

—No…

—Tranquila no se lo diré a nadie. No quiero enfadar a Damián, soy su amigo. Solo que es muy reservado y tenia curiosidad, — vuelve a pasarme el brazo por los hombros y me acerca más a él. —Se guardar un secreto.

Cuando voy a negarlo completamente, alguien me aparta de golpe. Caigo contra un pecho ya conocido y un olor más conocido aun. Me embriagan los sentidos, es mi droga personal.

—Darryn, ¿Qué está pasando aquí? —gruñe Damián. Por un momento me veo tentada a decirle “a ti que te importa”.

—No te preocupes, —dice Darryn negando con la cabeza y levantando los brazos como si hubiese cometido un delito. —Simplemente le hacía compañía, nada más.

Damián contesta apretándome más contra su pecho.  Eso me enfurece. Me suelto y lo encaro. Darryn se va y estamos solos.

—No te quedes sola con él, Ina.

—A ti no te importa con quien me quede sola, — es la primera vez que lo escucho llamarme por mi nombre. Eso me descoloca y me gusta a partes iguales.

—Eres un problema, ¿sabes? Todo es un problema.

— ¿Qué? Eres tú el que se comporta de manera extraña, no hay manera de que te entienda. —Se echa las manos a la cabeza. Parece frustrado. ¿Qué le pasa?

—No lo entiendes. Eres un problema, —dice negando con la cabeza.

Me mira de arriba abajo, mojándose los labios y se acerca más. Si antes estaba nerviosa, ahora siento que se me va a salir el corazón. Si está pensando en besarme la respuesta es un SI, en mayúsculas.

Abre la boca para decir algo, pero se lo piensa mejor. Con una última mirada se da la vuelta y se va dejándome sola.

Lo sigo con la mirada. En su moto hay una morena a la que nunca había visto. Algo se remueve en mí. Se va con ella.

Me da rabia. Él con esa y yo sola. Pero esto es una fiesta, asique vuelvo dentro y empiezo la fiesta de verdad. Olvidándome de Damián. Al cabo de dos horas he bailado con casi todos los chicos de clase, me he reído mucho y estoy bastante borracha. Es la primera vez que estoy así. Tengo ganas de vomitar. Mi plan de divertirme se me ha ido de las manos. Alguien me empuja contra él.  Creo que es Enzo pero no distingo bien su cara.     
    
Miro concentradamente su pecho y reconozco la camisa. No es Enzo, es Franjo. Me dice algo, pero yo solo escucho murmullos.

Tengo mucho sueño y todo me da vueltas. Es una sensación muy desagradable. No quiero sentirme así nunca más.

De repente siento el frio de la calle contra mí y tiemblo. Otra fuente de calor me arropa y yo me dejo caer sobre ella.

Después algo se mueve… y vuelve el frio otra vez. Por un momento me quedo sin mi fuente de calor, pero después vuelve y más fuerte, mas cálida. Me acurruco mas, escondiendo mi cara y mis manos en la fuente de calor. Todo se mueve, todo se va. Balbuceo algo, pero no se qué, solo quiero que la fuente de calor no me deje. La siento demasiado bien contra mí. Creo que podría haberle pedido que se quedara conmigo, que no me dejara sola. Luego me muevo, pero ya me he ido.  


Abro apenas mis ojos, mi cabeza va a estallar. Siento nauseas. Pongo mi mano en mi frente. Se siente bien tocar ese lugar. Frunzo el ceño… que raro. Me levanto de la cama y busco ibuprofeno en mi bolso. Miro el reloj, ya son las dos de la tarde. Mi madre no tardara en subir y desapestarme para comer. Pero hoy no tengo ganas de comer nada. Me siento demasiado mal.

Miro hacia abajo, voy en bragas y sujetador, y yo nunca duermo así. No recuerdo muy bien como llegue a casa. Solo a Franjo llevándome al coche. No me gusta la sensación de no saber que paso. No volveré a beber en mi vida.

Al salir al pasillo me encuentro con Damián que me mira de arriba abajo. Por un momento nos miramos con una intensidad desconocida. Damián mira mis pechos… ¡ay madre! Voy medio desnuda.

Me ruborizo como una loca. Por un momento me avergüenza no tener ropa interior más bonita. Mis bragas y sujetador negros de algodón no son muy sexys. Me auto-convenzo que ha sido como si estuviéramos en la playa. Solo que con un biquini feo y yo con cara de resacosa-pervertida.

—Eres un problema, —murmura.

Recuerdo la conversación con el ayer. ¿Por que soy un problema? No lo entiendo.
Corro al baño y me encierro para ducharme. Me hace falta despejarme. Me miro, parezco un mapache con el rímel por toda mi cara. Que embarazoso.

  Sigo pensando en el final de la noche de ayer. Tengo lagunas por lo que tendré que preguntarle a Enzo que pasó.

Pienso en Damián, soy un problema, o eso dice. ¿Por qué?
Al salir de la ducha encuentro la respuesta. Siento como si el suelo se moviese. Mi corazón se acelera demasiado para su bien. Mi mañana cambia por completo y las cosas se enredan aún más.
Miles de mariposas me asaltan. Tengo ganas de saltar, de celebrar de reírme todo a la vez. No me esperaba esto ni en sueños.

El espejo esta empañado otra vez, y puedo ver la frase que escribí en el, solo que ahora mi compañero de baño a escrito algo debajo.

Debajo de mi “No me gustas” hay una simple frase que lo cambia todo.


“Tú a mi si”  



Hola¡¡ espero que os guste¡ :) (L)

miércoles, 25 de marzo de 2015

Capítulo 4. (Esto no tiene nombre) (+18)

Después de comer en la universidad con Jolie y Tatiana, regresé al piso con la única meta de dormir todo lo que me quedaba de día. Estaba cansadísima. No solo por la agotadora clase (que se repetía sin parar en mi cabeza) si no por el jodido trabajo. Toda la tarde investigando y apenas rellenamos un folio. No sabíamos bien cómo enfocar el trabajo, a pesar de que era individual, entre todas intentamos hacerlo.

Finalmente acabemos enviándole un correo a la profesora para que especificara más algunos puntos del esquema que no entendíamos.

Una vez en el piso Paula me volvió loca con sus nuevas aventuras universitarias. Al parecer, hoy había cambiado de edificio y estaba emocionada por lo grande que eran las clases.

Tras una cena rápida decidí ducharme para poder ir a la cama. Encendí el móvil y puse la música a todo lo que daba mientras me duchaba, pensando en todo lo que me había sucedido hoy.

Decidí no contárselo a nadie, probablemente era lo mejor, ya que Adair era mi profesor… bueno, no era exactamente mi profesor, pero definitivamente era un problema.

Antes de acostarme, entré en conflicto conmigo misma. Sabía que no podía fiarme de alguien que acababa de conocer. Pero por otra parte era una especie de profesor ¿eso hace que pueda fiarme más de él? No tenía ni idea.

Todos esos pensamientos sobraban en mi cabeza, ya que no iba a involucrarme más con él ni de lejos. Simplemente seriamos vecinos y compañeros de prácticas y ya…El problema era que mi cuerpo no pensaba así.


Pasó la semana entre viajes al super, a la universidad y encontronazos en la escalera, que por suerte –o por desgracia- no pasaban de un “Hola” y poco más.

El domingo por la noche lo encontré en el portal, justo cuando iba a tirar la basura.
Su aspecto siempre me llamaba la atención, si se veía bien con un chándal, no me quería imaginar cómo sería con un traje.

Saludé al pasar por su lado. No tenía que ir muy lejos, pues el cubón de la basura estaba en la acera de enfrente. Contestó con indiferencia y me observó todo el camino de ida y vuelta. Eso me ponía nerviosa, no estaba acostumbrada a que la gente me mirase tan fijamente.

¾    Eso, — señalé el cigarro, — te va a matar.

Se encogió de hombros. Al pasar por su lado me ofreció. Yo no solía fumar, pero mentiría si dijera que no me gustaba. Contradiciendo mis palabras acepté su oferta y le di una calada.

   No sabía que fumabas.

   No fumo, —me encogí de hombros. —Solo muy de vez en cuando.

   ¿Y has decidido fumar porque te lo he ofrecido yo?

Volví a encogerme de hombros. —Me apetecía, y tú me has ofrecido. “A caballo regalado no le mires el diente” —. Sonrió de medio lado.

—¿ Cómo llevas las clases? —, preguntó dándole la ultima calada al cigarro.

—Bien, supongo. Acaban de empezar. Y tu…, ¿trabajas?

—Sí, tengo una pequeña consulta montada. — Eso me sorprendió. No sé porque, pero para mí, solo trabajaba en la universidad, que absurdo.

Se dirigió hacia la puerta principal de edificio y entró sin decir nada. Era un hombre extraño.
Suspire pesadamente y me di la vuelta para entrar dentro. Ya arriba, me encontré una nota pegada en la puerta. Miré a ambos lados, pero el pasillo estaba vacío.

Abrí la nota: Acuérdate de depílate esas bonitas piernas, Leona. El miércoles tengo que tocarte.

Mis mejillas se tiñeron de color. Ya estaba acostumbrándome a su presencia por el edificio y al hecho de que fuera mi vecino. Pero tenía que lidiar con él en clase y eso era muy diferente.
No me pasó desapercibido el morbo que daba saber que era mi profesor y que me tenía que tocar… que no estaba sola en este juego de deseo. Me estaba convirtiendo en una pequeña pervertida.


Si lo lunes son malos, añádele encima un trabajo para el martes. Llevaba en la universidad todo el día. En la biblioteca ya no quedaba nadie. Miré el reloj, las siete y cuarto y a mí me faltaba más de la mitad. Y no estaba segura si lo demás estaba bien.  Decidí hacer lo que cualquiera haría si estuviera en mi situación.

                       ¡Vecina! Cuanto tiempo. — No me sorprendió nada que Héctor me abriera la puerta en calzones.

            —  ¿Está tu hermano? Necesito que me ayude con una cosa de la universidad, —dije tímida.

             —  Claro pasa.

Entré en el piso que era exactamente igual que el mío en distribución. Por lo demás no se parecía nada. Los muebles, el suelo, el color de las paredes…, todo era distinto. Más moderno, más bonito.

Seguí por el pasillo a Héctor hasta que se detuvo enfrente de una puerta y la abrió de golpe.

—Adair, Gabri ha venido a verte. — Mi boca tocaba el suelo y mi vergüenza sobrepasaba los límites en muchos sentidos. Acababa de ver a un semidios. La perfección existía, y era un hombre.

—¿Me pasas la toalla, o esperamos a ver cuánto tarda en babear? — Se mofo un Adair recién salido de la ducha. Cerré la boca. Pero me negué a darme la vuelta. Ese cuerpo debería estar enmarcado. Yo pagaría por un cuadro como ese.

Riéndose de mi reacción Héctor le paso la toalla para que pudiera taparse. Pequeñas gotas cubrían su pecho, y lo que no era su pecho. No tenía nada que envidiarle a su hermano. Absolutamente nada.
Comencé a balbucear cosas sin sentido. Cada vez más nerviosa.

Héctor paso un bazo por mi hombro, susurrándome, —Así ya sabes lo que te llevas. Y de nada, — me giñó un ojo.

Lo miré sin creer. Una fuerte carcajada broto de Héctor, al cabo de unos segundos Adair y yo lo seguimos. Esta situación era de lo más surrealista. 

—Menuda cara has puesto, — se mofaba Héctor. Lo mire mal, pegándole en el brazo.

—Es tu culpa. No puedes abrirle la puerta a alguien que esta duchándose, —repliqué con falsa indignación. Mentalmente le estaba dando las gracias.

—Creerme, la modestia para Adair no es un problema.

Mire a Adair que se acercaba a mi solo con la toalla puesta. Por un momento pensé en dar un paso atrás. Pero antes matarme a moverme del sitio.

—Gracias hermanito, —dijo mientras me empujaba por el pasillo.

Llegamos su cuarto. Amablemente me ofreció su cama para sentarme. En cuanto cerró la puerta el ambiente cambio. Éramos dos adultos con una atracción sexual muy fuerte encerrados en un cuarto. Yo muy caliente, y él medio desnudo.

—¿Qué quieres? — su voz sonaba de manera distinta. Sonaba como a placer. Por un instante me vi tentada a decirle “a ti”, pero me controle. Tenía la boca seca y estaba muy nerviosa. Abrí la boca para contestar pero se quito la toalla.

Dios mío, quería tirarme sobre él y besarle el cuerpo. Quería saber que se sentía al tocarlo, si sus abdominales eran tan firmes como parecían. Si era tan dura como se veía… Nunca me cansaría de mirarlo, estaba segura.

—Tapate…, — dije muy a mi pesar. Apena vi su sonrisa. Mis ojos estaban puestos en otra parte de su cuerpo, demasiado larga y ancha para que yo pudiera albergarla.

El solo pensamiento de intentarlo me puso muy caliente.

Se dio la vuelta dejándome ver un culo bien prieto. Cogió unos pantalones de chándal del armario y se los puso a pelo. La erección apenas se disimulaba.

—¿Qué quieres? — volvió a preguntar sentándose a mi lado en la cama.

Miles de cosas pasaron por mi cabeza. Desde que era mi profesor. Que ya no lo iba a ver con los mismos ojos o incluso que me podría rechazar. Por que lo iba a besar estaba segura. Me arrepentirá toda mi vida si perdía esa oportunidad.

Acaricie su mejilla, mordiéndome el labio. Me acerqué lentamente. Adair me sujeto la cara con mucho cuidado, casi con ternura, pero su beso no correspondía con sus actos. Me estaba devorando. Sus labios eran fuertes y suaves. Sus besos diestros. Me abrió los labios y saqueó mi boca. Respondí a él como si sus besos fueran lo único que me alimentara y los necesitara para vivir.

Me subió encima de él, abriendo mis piernas y encajándolas en sus caderas, moviéndolas para frotar toda su longitud contra mi sexo.
Gemí ante el placer que me azotaba. Tocado toda porción de piel que encontraba en mi camino. Intentado grabar la sensación de su piel en mi tacto.

Soñaría con esto muchas veces. No lo olvidaría en mucho tiempo.

Me quitó la chaqueta, tirándola al suelo junto con mi mochila. Beso mi cuello como si le fuera la vida en ello, proporcionándome más placer del que creía posible.

Abrí los ojos, esforzándome por respirar normalmente. Le seguí con la cadera, haciendo círculos.
El placer aumento, sacándonos un jadeo que mutuamente compartimos.

Me sujeto por las caderas mientras se frotaba en círculos, como si embistiera de verdad contra mi sexo sin restricciones.

Me miro a los ojos, instándome ahora, a moverme como él quería. Llevaba las riendas de la situación. Sabía muy bien cómo manejarme.

Seguimos besándonos, nuestros labios rojos. Miles de burbujas de placer estallaban en mi interior. No podíamos estar más juntos.

Me quito la camiseta, dejándome solo con el sujetador, mordisqueando la parte de arriba de mis pechos.
Mi lengua saboreo la delicada piel de su cuello. Había caído, no había vuelta atrás.

—Eres perfecta…— susurro masajeando mis pechos. Yo agache la cabeza. No eran precisamente grandes. Barrió con sus manos el trayecto hasta mi cara.

Puso su boca encima de la mía.

—Eres perfecta, — repitió encima de mis labios, mirándome a los ojos con tal intensidad que por un momento me perdí en ellos, no quedándome duda de lo que el sentía. 

—¡Gabrielaaa! — Paula abrió la puerta. Me di la vuelta rápidamente e intente quitarme de encima pero Adair me sujeto contra él. Lo mire apurada.

—¡Uy! Perdón, —dijo. Escondí la cara en el cuello de Adair.

—Paulita, Paulita… voy a tener que atarte a algo para que te estés quieta, — dijo Héctor sacándola del cuarto y cerrando la puerta.

Yo mire a Adair. Estaba guapísimo, con el pelo mojado y revuelto y los labios hinchados por los besos. Pero esto estaba mal. Estaba muy mal a mucho niveles. No solo era mi profesor, era prácticamente un desconocido.

Me levante corriendo y me puse la camiseta.

—Espera un momento Gabriela.

—No, — quería irme de allí, tan rápido como pudiera.

—Gabriela, somos adultos…

—Cállate… Hoy no, ahora no. —Asintió con la cabeza mirándome a los ojos.

—Tenemos una conversación pendiente, — fue lo último que dijo antes de que saliera de su cuarto y me fuera a mi casa.




Hola¡¡ Espero que os haya gustadoo¡¡ Bss :) (L)


martes, 17 de marzo de 2015

Capítulo 2. (Como esquivar al amor)


Otra semana más había pasado y yo cada vez conocía más a Damián. Sabía que tres días a la semana entrenaba en el circuito con la moto, que es más popular de lo que en un principio se ve, y que da igual el tiempo que pase…, me va a odiar siempre.

Tiago y mi madre intentaban encasquetármelo en cuanto podían (y yo encantada) pero Damián tenia escusa para todo. La gota que colmó el vaso fue cuando, aun sabiendo que la librería está en la otra punta de la ciudad, no me quiso llevar con la moto, alegando que a él no le hacía falta ese libro y claro, ¿Cómo iba a hacerme un favor a mí? El sentimiento de atracción estaba derivando en un sentimiento de odio mutuo.

Lo empezaba a ver con otros ojos.  El lunes, nada más levantarme, me dio por sacarle fallos absurdos. Para empezar no se había afeitado (aunque eso le daba aun mas pinta de malote), la pulsera de su mano izquierda no pegaba con su chupa de cuero (demasiado femenina) su pelo, demasiado revuelto, (y yo quería revolvérselo mas) suspiré aparatosamente mientras desayunaba enfrente de él. Nada de eso se podía considerar un fallo. Pero alguno tendría, estaba segura.

La personalidad, susurro mi subconsciente. O su miembro me susurró a su vez otra voz. Me atragante con la magdalena, mi cara, roja como un tomate. Malditos pensamientos. Malditas hormonas.

Mi madre vino a darme palmaditas en la espalda, mientras Tiago me ofrecía un vaso de agua. Mire a Damián, quien me observaba con curiosidad. Al instante mi mente lo imagino desnudo.

Me bebí de un trago el vaso de agua y me levante para rápidamente de la mesa. ¿Qué le pasaba a mi cuerpo?

— ¿Estás bien?, — preguntó mi madre.

Si, no te preocupes.

Subí a mi cuarto a por la mochila. Cuando bajé, Damián ya se había ido en su moto, como siempre.

Pídele a Damián que te lleve en la moto al instituto. Sería más fácil, comentó Tiago. Hice una mueca, apunto de responder que eso no era buena idea.

Da igual, así voy con Enzo.    

Me despedí de ellos y Salí dirección a la parada del bus. Me encontré con Enzo en el camino.

—Menuda cara traes.

—Me lo he imaginado desnudo, —solté a bocajarro. En el momento que lo dije, Enzo comenzó a partirse de risa. Lo mire mal.

—La pregunta es ¿Quién no?. Tú has tardado semanas yo tarde segundos cari.

—No entiendes el problema. Al principio, a mi yo le gustaba Damián, y eso estaba bien, porque no lo conocía. Ahora lo conozco, y a mi yo no le gusta Damián, pero mi cuerpo piensa otra cosa. Eso es malo.

Eso es falta de fiesta, — dijo giñando un ojo. — No te preocupes que este jueves conseguiremos a alguien que te apañe el cuerpo.

—No quiero a nadie — dije, pero luego lo pensé mejor. — No me quiero liar con nadie de clase.  

—Veré que puedo hacer, —comento con una sonrisa.

Un coche pito a nuestras espaldas. Nos dimos la vuelta y vimos a Tiago.

—Ina, dale esto a Damián y recuérdale que tiene que estar allí a las cinco. —Me tendió un papel con una dirección y varios nombres extraños. Asentí hacía él y me despedí. Nuestros padres siempre trabajaban hasta tarde. Mi madre era la única que comía con nosotros.

— ¡Anda! Ya tienes excusa para hablar con él. —Miré a Enzo. Un revoloteo extraño se instaló en mi estomago. El día acababa de comenzar y a mi ya se me estaba haciendo largo.
Al llegar a clase, dejé las cosas en mi pupitre. Vi a Damián, que se encontraba en la última fila, sentado en su mesa, hablando con varios chicos de clase. Mire a Enzo en busca de algo de seguridad.

— ¡Ala tira! —, dijo empujándome. Que delicadeza tenia…

Llegué hasta donde se encontraba. Estaba hasta nerviosa, y eso que no habían pasado ni veinte minutos desde que lo vi por casa.

—Damián…—, lo llamé. Ocho pares de ojos se dispararon hacia mí. Los tres chicos que estaban hablando con él se callaron y me observaron con curiosidad. 

—Tiago…

—¡Buenos días! —, gritó una rubia, al tiempo que se sentó en la mesa de Damián y le daba dos sonoros besos en las mejilla. —Hola chicos.

Todos la saludaron con confianza. Yo no la había visto en mi vida, y por la tranquilidad de esta, iba a mi clase seguro.

Volví a mirar a Damián, dispuesta a darle el recado de su padre. Pero tres chicas más aparecieron haciendo un círculo alrededor de su mesa y dejándome a mí atrás. Él ni siquiera me miraba (y estaba segura de que me había visto) todos comenzaron a hablar y yo me sentía ignorada.

Mire a Enzo en busca de apoyo, me sentía muy mal. Me acababa de ignorar frente a compañeros de clase.

Enzo se levanto de su silla. Llegó a mi lado y acarició suavemente mi cabeza. Abrazándome contra su costado. Me picaban lo ojos, tenía ganas de pegarle un tortazo e ir a algún sitio a llorar. Enzo me quitó la nota.

Tu padre dice que vayas aquí a las cinco, dijo colándose en el grupo y dándole el papel a Damián.

—Vale, —contestó el.

— ¿Tu no eras gay? —, pregunto un chico con una enorme cresta punky en la cabeza.

Enzo sonrió a mi lado y sin decir nada me apretó más contra él, dándome un sonoro beso en la mejilla. Me reí ante su muestra de afecto. Yo le notaba mucha pluma a Enzo, pero claro, era al que mas conocía. Enzo se encogió de hombros.

—Me va un poco de todo —contestó, medio en serio medio en broma.

El chico con la cresta punky puso sus manos en mis mejillas cogiéndome la cara.

—Déjame entonces mostrarte como besa un chico de verdad, — me dijo. Intenté apartarme pero me tenía bien sujeta. Esto no me lo esperaba.

Un golpe resonó en la clase. El chico me soltó mientras se tocaba la parte de atrás de la rodilla.

—¡Me has dado una patada!, —se quejó.

Todos miramos a Damián, que seguía tranquilamente en su mesa, mirando al chico y negando con la cabeza.

—Ella no, —dijo Damián.

Al segundo, todos me miraron como si se les hubiese escapado algo. Y era verdad. El problema era que yo tampoco entendía que se me había escapado.




Me pase toda la clase haciéndome pajas mentales. ¿Cómo podía ser tan estúpido?
Nada más salir me fui a la azotea con Enzo, más cabreada que un mono.

—No solo tiene que repudiarme él, sino que sus amigos tampoco pueden acercarse a mí. Di que sí.

— ¿Qué?, ¿estás loca? Eso ha sido el mayor ataque de celos que he visto en mi vida.
Mi cara en esos momentos era un poema.

— ¿Tú has visto lo mismo que yo? —, goteé sarcasmo. — porque vamos, ponte gafas. —Le dije alterada.

La puerta de la azotea se abrió, apareciendo tras ella un Damián muy cabreado.

—Evita acercarte a mí en clase. O en cualquier otro sitio. —Abrí la boca indignada ¿enserio?

—Perdona chato, pero solo le estaba haciendo un favor a tu padre.

—Pues la próxima vez pipiola, que simplemente vaya Enzo y me lo diga. — Siseó en mi cara. Gruñí muy alto.

— ¿Pero qué problema tienes conmigo?

La puerta se volvió a abrir. La chica rubia de esta mañana apareció entonces.

—Damián ¿podemos hablar? —Dijo la chica. Damián suspiro, tratando de recuperar su paciencia. Mientras se pasaba la mano por el pelo.

—Ahora no Gema.

—Necesito hablar contigo ahora, — dijo la chica entonces. —Y no me vas a hacer cambiar de opinión. —Susurró.

—No puedes esperar un jodido momento, —dije entonces con rabia. Era la segunda vez que me interrumpía hoy. —¿Tienes que interrumpirme siempre?.

—Cállate. —Me ordenó Damián.

— ¿Quién coño es esta? —, escupió Gema.

Damián paseo su mirada de ella a mí durante unos segundos. Después miró al cielo no creyéndose lo que iba a hacer. Y efectivamente, ni él ni yo nos lo creímos.

Damián acerco su cara a la mía y me besó.



Hola¡¡¡ espero que os haya gustado el capitulo¡¡ Comentar (L)