"Quizás para el mundo solo seas una persona,
pero para una persona, puede que seas su mundo"
El nuevo
instituto no estaba mal. Unas semanas después del comienzo de clases yo estaba más
que instalada en el…, de mi nueva casa no podía decir lo mismo.
Pensaba que
nos mudaríamos a una casa nueva con todo nuevo, pero Damián no se tomo muy bien
la noticia, por lo que no; al final y “hasta que Damián se acostumbre a
nosotras” (frase que repetía constantemente mi madre), estamos viviendo en la
casa de Tiago.
Lo peor de
esta historia no era vivir en la casa de ellos, de hecho, estaba bastante bien.
No está lejos del centro ni del nuevo instituto. Yo realmente podría
acostumbrarme a vivir aquí.
El problema
que yo tenía no era ni con la casa, ni con el instituto, claro que no. Porque
eso sería demasiado fácil. Ahora por favor, decirme ¿Cómo puedo salir de la
hermanastrozone? ¿Es siquiera ético salir? ¿Existe dicha zona?
Si, si había
algo peor que la friendzone, era la hermanastrozone con odio agregado.
Damián no
podía ni verme. Después de su comportamiento amable en el campeonato de cross, se
esfumo todo.
Desde que
comenzamos a mudarnos e intentado ser amable con él, ser despreocupada (cuando
lo único que quiero es abalanzarme encima suyo), ayudarlo cuando pueda, me he comportado
bien, pero nada ha surgido.
He llegado a pensar
que estoy loca, ¿Cómo me puede gustar un chico al que apenas conozco?
A día de hoy,
llevo un mes en el instituto, estamos en la misma clase y a excepción de Enzo,
nuestro vecino, nadie sabe que es mi hermanastro. Para más inri la mayoría de
la gente no sabe ni que nos conocemos. Aunque es verdad que no nos conocemos…
solo de vista.
—Si
el esfero este sigue así, yo aquí me
caigo muerta, — resoplo Enzo.
—¿El
esfero?,
—
reí yo. Tenía cada
ocurrencia.
—Sí,
es una mezcla entre un gordo y un feo,
—comentó con naturalidad.
— Y venga, no me negaras que esa barriga es
totalmente redonda. —Señaló al profesor de historia, un señor bajito y
simpático que al parecer también era “esfero”. Mirándolo bien, daba hasta un
poco de grima.
Reí por lo
bajo. No podía negar que Enzo me agradaba mucho. Lo conocí el segundo día de
mudanza. Su madre su hermano y él viven en la casa de al lado.
El aspecto de
Enzo no podía descuadrar más con su personalidad. Parecía un jugador de fútbol
americano dispuesto a arrancarte las bragas en un momento, y sin embargo era
dulce y cariñoso… y para nada hetero.
Lo que más me
gustaba de Enzo era su planing de futuro. Sabía perfectamente lo que quería hacer.
Tenía pensado irse a vivir con su novio Franjo (el cual se parecía a Jorge Javier
Vázquez) a Valencia, y cuando terminara la carrera de bellas artes, irse a New
York a hacer un máster y buscar un trabajo. Realmente, envidiaba eso de él.
Mi proyecto de
futuro más cercano era aprobar el examen de la semana que viene y conseguir
cruzar más de dos palabras con Damián.
Al acabar la
clase Enzo y yo nos dirigimos al patio. La siguiente clase era geografía, y nos
la íbamos a saltar. No estaba bien, pero realmente necesitaba un poco de aire.
Ya en la
azotea del edificio, y bien escondidos para que no nos pillaran fumar (era un vicio muy insano que debíamos dejar pronto), salió el
tema de la fiesta de bienvenida que preparaba un chico de clase llamado Lucas.
Al parecer era algo así como la iniciación del curso.
El chico, que
presumía mucho de cartera, alquilaba un local todos los años, y pinchaba varios
barriles de cerveza. Y esa era una oferta que no podíamos rechazar.
—Ya
te estás adaptando, — comentó Enzo despreocupadamente.
—Gracias
a ti, — sonreí y me apoye en su hombro.
—
¿Damián sigue sin hablarte?
—Yo
creo que todavía ni me ha visto. El otro día coincidimos en el baño y apenas
abrió la puerta la volvió a cerrar, —
Comenté con desgana.
En mi mejilla
el hombro de Enzo subía y bajaba, mientras una suave risa llenaba el ambiente.
—
¿Qué esperabas?, que se quedara a verte
mear. — Le pegue fuerte en el brazo mientras me separaba de
él.
— No
me refería a eso y lo sabes, — replique indignada. Había pasado ya más de un mes y
la frase más larga de Damián hacia mí había sido la de “pasame la sal”.
Entendía
perfectamente lo difícil que era llevar una situación como esa. Yo también la
estaba viviendo y aunque intentaba no pensar, ciertos momentos eran difíciles. Pero
la tenía tomada con mi madre y conmigo, y eso no lo podía negar.
Le pegué una
calada al cigarro pensativa. De repente la puerta de la azotea se abrió. Escondí
el cigarro y cerré la boca reteniendo el humo. Mierda.
Ya me
imaginaba castigada con un parte o expulsada, cuando vi la cara de quien era.
Dos ojos color
miel me apuntaban directamente. Sin poder contener más el humo lo solté. Vi
como Damián pasaba por delante de nosotros y se apoyaba en la barandilla.
¾ ¿Se
lo vas a decir a Isabel?, — le pregunté.
Damián me miro
fijamente un momento. Y empezó una especie de conversación mental.
Yo le pedía
con la mirada que no le dijese nada a mi madre. Y él me decía con una media
sonrisa que esta me la guardaba. Pero no estaba segura, no lo conocía lo
suficiente para leer sus expresiones.
Acto seguido sacó un cigarro de su bolsillo y
se lo encendió dándonos la espalda.
Me quedé boquiabierta
por tres cosas, la primera, no sabía que Damián fumaba. La segunda, probablemente
esa había sido la conversación más larga que había tenido con Damián en casi
dos meses… y eso que no habíamos hablado. Y la tercera… que de espaldas estaba
igual de bien que de frente.
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